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Carmelo


Artigas sabía lo que hacía cuando desde Purificación ordenó la creación de Carmelo, la única ciudad fundada por él.
La ubicación es absolutamente estratégica, no solo por su cercanía a Buenos Aires sino también por su proximidad a idílicas islas sobre el Río de la Plata. La conocen más los porteños que muchos uruguayos, pues llegan allí por el Delta del Río Paraná en un adorable catamarán con restaurante a bordo o en sus propios yates desde El Tigre. También hay un pequeño aeropuerto internacional.
Algunos tienen casas de veraneo sobre playas tan llanas que el niño más intrépido es incapaz de ahogarse, otros compraron chacras sobre el arroyo y llegan a ella en sus embarcaciones. Los balnearios tienen mucho más espacio y mérito para desarrollarse. Visitantes y oriundos quedan tan admirados con esta ciudad que cuelgan hermosas fotos en sitios como Panoramio y Taringa, con algunas de las cuales se ilustra este artículo.
Artigas no fue el único en considerar estratégico este paraje: la cadena Four Season instaló uno de sus mejores y más exóticos hoteles sobre la costa (ver artículo Carmelo Según La Nación). También hay un country privado con puerto propio, otro coto de veraneo porteño. El Hotel Casino de Carmelo es cuidado vestigio del estilo hotelero de hace decenios, cuando en Uruguay recién se estaba inventando a esa industria.

Un poquito de historia. Hay registros históricos de que por aquí había un poblado Las Víboras, minúsculo, agonizante pero con su correspondiente capilla. Artigas no tuvo tiempo de demostrar su capacidad para el ordenamiento territorial que aprendió con Felix de Azara, pero nos dejó el regalo de Carmelo cuando en 1816 ordenó trasladar ese pueblito hasta la desembocadura del Arroyo de las Vacas. Continuó llamándose Víboras hasta que no se sabe por qué, los vecinos comenzaron a denominarlo Carmelo.
Desde que Hernandarias introdujera ganado en la Banda Oriental a principios de 1860, los faeneros cruzaban el río para hacer acopio de cueros, sebo y algo de carne que con suerte podía ser charqueada; de lo contrario era alimento de los pocos carroñeros que había por acá.
Hasta aquí no llegaron los colonos suizos y piamonteses que dinamizaron al este del departamento, pero sí se instalaron emprendedores tan eficaces como las familias vitivinicultoras Irurtia, Zubizarreta, Cis y Cordano, así como los fundadores de la Bodega Narbona. Los amantes del Tannat suelen recorrerlas vaso en mano porque es la especialidad departamental, pero también hay una variada producción.




El Arroyo de las Vacas. A Carmelo se llega por una avenida antes totalmente bordeada de árboles, linda pero peligrosa para el tránsito. De pronto, aparece la maravilla del Puente Giratorio aún en uso y con una singularidad: se mueve a tracción humana, eficiente y amistosa (ningún motor saluda cuando terminan de pasar las embarcaciones).
Del otro lado aparece una ciudad de geografía quebrada, rebosante de almacenes y bares que parecen extraídos de un almanaque promocional.  Se impone un paseo a pie por la Rambla de los Constituyentes, una recorrida por el puerto de yates, el Hotel Casino, la reserva de fauna y, naturalmente los balnearios Playa Seré y Zagarzazú (habrá pocos suizos, pero abundan los vascos en Carmelo). Además de los hoteles, es posible alquilar casas casi en la playa para experimentar este lugar y admirar las puestas de sol no únicas, pero casi.


La magia del río. Salvo en el caso de Martín García que es un afloramiento rocoso, el resto de las maravillosas islas que trazan un collar en las proximidades de Carmelo, son el resultado del arrastre aluvional de los ríos Paraná y Uruguay. Algunos pequeños islotes aparecen y desaparecen con las crecidas, otros se transforman en islas que al poblarse de vegetación se hacen definitivas.
Todas pueden recorrerse, pero no hay que pasarse de listo porque aunque el río es bello,  el canal de salida puede estar torrencial y las aguas también pueden embravecerse en pocos minutos. Hay que consultar, preferentemente viajar con algún experto y estar atento a las alertas.
Martín García es la más grande y la más poblada, incluso hay excursiones bastante regulares hacia ella. Se encuentra mucho más próxima a Uruguay, pero es argentina por esas cosas de la política. A nosotros nos tocó Timoteo Domínguez una isla más pequeña y casi unida a Martín García. La descubrió en 1516 nada menos que Juan Díaz de Solís quien, prudentemente no desembarcó por temor a los indios. Cuando lo hizo, en las proximidades de Nueva Palmira, otra bella ciudad, los indios terminaron con él y con varios de sus camaradas. Quedó con vida un grumete de nombre Francisco del Puerto, posteriormente rescatado por Gaboto. Lo de que se comieron a Solís huele a cuento. Tanto en Portugal como en España había muchos que a Solís no lo tragaban.


A los presos más peligrosos de Buenos Aires y Montevideo los recluían allí. Trabajaban en canteras de granito del Cerro de Carmelo que finalmente quedaron inundadas conformando una laguna repleta de plantas acuáticas. Los adoquines eran trasladados en carros sobre rieles hasta el muelle, donde eran embarcados hacia Montevideo. Son esos adoquines que aún pisamos en las proximidades del Mercado del Puerto.
A la arena y el granito de Carmelo y buena parte de la costa coloniense le debe Buenos Aires buena parte de su expansión edilicia. Algunos embarques eran “formales” como se dice actualmente a lo lícito. El resto, probablemente la mayoría, era producto del contrabando, ¡solo los rioplatenses somos capaces de bagayear arena! Aunque en realidad era robo liso y llano. Dicen que es el decurso del planeta lo que provoca que el limo del Paraná se deposite en la costa argentina, permitiendo que la arena aflore en la uruguaya, incluyendo a las islas próximas a nuestra juridsdicción.
Mucho más pequeñas pero históricamente importantes son las islas Juncal y Sola, en cuyas proximidades se desarrolló el combate naval conocido como la Batalla de Juncal.
A poca distancia se encuentran las islas Juncalito y del Portugués; algunas son uruguayas y otras son argentinas, detalle que para nada importa a quienes llegan allí con el sueño de la isla desierta, las playas desiertas y los soles más radiantes. Eso sí, llevá comida y bebida, ni sueñes con encontrar ni un carrito de chorizos. Y no olvides el celular con GSM, porque uno nunca sabe…
Artículo publicado en El País.

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