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Mercado del Puerto



¡Que sea la última vez que nos tiran abajo una leyenda urbana! Uno se encariña con los errores históricos.
En lo que respecta al edificio del Mercado del Puerto, varias generaciones escuchamos con admiración a nuestros mayores cuando nos contaban que era una estación ferroviaria que viajaba hacia Bombay y que por una sucesión de errores terminó en el puerto de Montevideo. ¡Pero si es idéntica a una estación de ferrocarril!
Pero no, su historia es mucho más noble que el resultado de una equivocación o una tempestad según otra versión que la volvía a calificar como una estación ferroviaria pero destinada a Bolivia. Los historiadores Fernando Assuncao y Bomset Franco aseguran que en 1865 “se constituyó una sociedad por acciones a iniciativa del comerciante Pedro Sáenz de Zumarán con el fin de construir un mercado en Montevideo”. Esta es la cita de un artículo demasiado breve insertado en la Wikipedia y coincide con la información suministrada en la web oficial del Mercado y en la del Municipio de Montevideo (ver abajo). “Con este destino, continúa la Wikipedia, se compraron los terrenos a la costa norte de la bahía, en el paraje conocido como “El Baño de los Padres”, parte de la manzana limitada por las actuales calles Pérez Castellanos, Piedras, Maciel y Rambla 25 de agosto de 1825”.



Así que la cosa viene inspirada por tipos preclaros quienes, tras consultar al ingeniero inglés R. H. Mesures, concluyeron que era posible levantar en Montevideo, lo que resultó la primera construcción de su tipo en América, en toda América. Para que tengas una idea: la Torre Eiffel es bien posterior, pues data de 1889.
Así continúa la Wikipedia: “El ingeniero Mesures debió vigilar las fundiciones metálicas realizadas en los talleres de la Union Foundry de K.T. Parkin, en Liverpool, y viajar luego a Montevideo con una escuadra de primeros oficiales herreros para dirigir la obra. El armazón original fue levantado sobre el trabajo de albañilería del constructor francés Eugenio Penot. La construcción demoró tres años”.
“Fue inaugurado el 10 de octubre de 1868 con la asistencia del Presidente de la República, Lorenzo Batlle e integrantes de su gabinete ministerial. Su destino era el de mercado proveedor de frutas, verduras y carnes a los buques que arribaban a la bahía montevideana y a las familias adineradas que por entonces levantaban sus mansiones en los alrededores”.



Alrededores según Figari, para mostrar a sus amigos que era un dibujante de primera línea y en su segunda versión, para demostrarse a su mismo lo que era arte.
Todo lo cual ilustra muy bien la cuestión arquitectónica, pero no te cuenta porqué esa verdulería para barcos se transformó en el lugar donde recalaban cantores como Carlos Gardel o Enrico Caruso, o porqué diablos la alegre cofradía de Pedro Figari se reunía por allí. Justamente, hay dos cuadros hiperrealistas de Pedro Figari que muestran la esquina y dice otra leyenda urbana, que los pintó de esa manera porque alguien lo acusó de pintar como lo hacía simplemente porque no sabía dibujar. Entonces, dice la leyenda, los sacó a la calle, les pidió que eligieran una esquina y al otro día les trajo el cuadro. Y como lo acusaron de haber tomado una fotografía, les exigió que escogieran otra y repitió su hazaña. Y nunca más pintó de otra manera que sobre cartón con sus negros bailando, sus ombúes y sus lunas.



¿Vos te creés que las celebridades de entonces sólo tomaban sus virundelas en el Tupí Nambá? No señor, tenían un impresionante circuito de boliches, pese a lo cual continuaban fieles al Mercado del Puerto y no solo porque allí estaba Roldós o porque se comía la mejor carne de Montevideo. A muchos entre la gente famosa de aquél tiempo le rechinaba el lujo y no solo andaban entre los cajones de verdura del Mercado del Puerto, sino que también se sentaban sobre ellos en “Las Telitas” una verdulería en la Plaza Zabala que de noche se atiborraba de gente que iba a escuchar a Edmundo Rivero.
Eran tiempos donde no encontrabas un cartel en inglés ni con lupa; era un Uruguay más afrancesado, aunque para nada pitucón. Y aquí justo está el secreto del Mercado del Puerto, una cualidad que felizmente conserva aunque bastante venida a menos.



Muchos como yo vimos a Eduardo Victor Haedo, cuando era presidente de este singular país que somos, acodado al mostrador de Roldós y discutiendo de política no con el Embajador de Inglaterra (que pudo ser el caso), sino con un changador del puerto o un bagayero de aquellos que nos vendían las primeras radio “Spica”. O los tres juntos en una barra de muchos más escoltada por un muchachito como yo, con los ojos y oídos muy abiertos. Naturalmente esto es un ejemplo, a cualquier hora que fueras, en el Roldós o en cualquiera de las parrilladas, podías encontrarte con las personas más representativas de cualquier área de actividad, y no estaban allí buscando cámara de televisión. Todo siguió así hasta que un “gobierno de facto”, los cambios de costumbres, o la desesperación de los paparazzis y los cholulos, nos pusieron del revés.
Los boliches de adentro van y vienen; si quieren prosperar tienen que tener barra para acodarse, buen vino y alguna picada que pueda competir con los sándwiches de Roldós (¿probaste de los de roquefort y nueces?). Los de afuera, desparramados sobre la peatonal, se lucen con recetas propias o traídas de lejanas latitudes. Y así te las cobran.
Pero, ¡que querés que te diga! Si querés lucirte con un extranjero, pasealo un poco por el Mercado, hablale de la historia, del reloj (ver abajo) y de las fuentes. Contale que en los alrededores estaba el pequeño estadio de box del Boston, que las prostitutas (¿qué puerto podría prescindir de este servicio?) hablaban mano a mano con las damas, ambas respetuosamente, que los bares de copas (y de minas) también se entreveraban por ahí sin que nadie pudiera avizorar el más mínimo riesgo ni la más mínima distinción de clase.



Ese es el Uruguay que deberías mostrarle a tu amigo extranjero. Y apurate, porque todo eso se nos está acabando a toda velocidad.
Felizmente, los uruguayos que somos tan reacios a elogiar a los gobiernos, deberíamos llenarnos la boca con una intervención urbana que lo merece. La peatonalización, un estupendo museo del Carnaval, el empedrado que juiciosamente está conservado, los permisos para vendedores callejeros que supongo deben cumplir algunas formalidades, los artistas que agregan lo suyo, la limpieza que podría ser mejor pero es bastante buena y el aporte de los barcos que, calle por medio, rugen su bocina lamentado que deban irse; todo eso le otorga espíritu a un lugar que es mucho más que un paisaje urbano.
¡Pero si hasta esos japoneses que sacan fotos cuando los noruegos no les tapan la visual, completan un paisaje tan yorugua que da ganas de cantar el himno!



For export y para el más autentico folklore, pero tené cuidado con los foráneos.
Cuidado con la carne. Ahora, si llevaste a un extranjero seguro de que lo vas a impresionar, tené cuidado con la carne, no cometas el error que yo cometí. Resulta que trajimos a un grupo de periodistas de Chile, Perú, Brasil, Colombia y México y se me ocurrió pedir para todos cuatro parriladas completas.
Cuando vinieron los braseros cargados hasta el tope, posiblemente para impresionar a periodistas influyentes, uno de ellos se me enfermó. Resultó que el colombiano del diario El Tiempo, no era vegetariano pero andaba muy cerca. El espectáculo de tanta carne, vísceras, chorizos, morcillas y todo lo demás, fue demasiado para él. Y mientras mexicanos y brasileños le daban de punta a un pulpón, yo tuve que llevar al hotel al colombiano, previa pasada por una farmacia para conseguir un antiácido. Para más datos, era primo o algo así, del dos veces presidente de Colombia, Juan Manuel Santos.
Si realmente querés lo tradicional, llevá a tus invitados un sábado a mediodía que es cuando los montevideanos llegan en bandada, lo cual es bueno en cierto sentido y pésimo en otro. Puede ser demasiada gente.
El reloj. Si es la primera vez que vas al Mercado del Puerto, andá temprano y con tiempo. Te recomiendo mirar con detenimiento el formidable edificio de la Aduana al que no le damos importancia porque estamos acostumbrados, caminar un poco por la zona mirando una arquitectura singular por lo portuaria y de variada inspiración, recorrer los puestitos de artesanos, con un poco de suerte ver una cuerda de tambores o alguna pareja tanguera y luego detenerte en medio del edificio para dominar su techado y contemplar su reloj.



Si estás mostrándole todo a un extranjero, lucite con esta información que salió publicada en El País referida al estupendo reloj que está ante vos. El artículo dice que el reloj solo estuvo parado diez años. Yo lo recuerdo fuera de servicio en las décadas del 50 y 60, cuando porfiadamente marcaba las 12.36, buena hora para almorzar aunque más bien era la hora de tomar el té. ¿Tomar el té en el Mercado del Puerto? Tas loco. Mandate una morcilla al pan con un vasito de vino como para engañar al estómago.
Era lo que hacía cuando salía del Club Neptuno con mis amigos, o me aburrían las cátedras de griego a las que asistía (de novelero  que era) en aquella Facultad de Humanidades que el Profesor Rodolfo Tálice había transformado en un caso quizás único a nivel mundial.
Pues bien, el artículo de El País celebra la restauración del viejo reloj a cargo de don Dardo Sánchez, pues al artefacto inglés, que tiene 128 años, le había dado por soltar las campanadas sin cesar, volviendo locos a todos hasta que alguien trepaba y lo sometía a rigor. Ahora vuelve a sonar cada hora, repetir a los tres minutos y saludar con un prudente único golpe de badajo, cada media hora. Algún lagrimón cayó cuando volvió a sonar y todos presencian como ceremonia sacra cuando, cada cinco días, don Dardo Sánchez trepa para darle cuerda. Un fenómeno el Dardo, que también cuida al reloj de la Catedral, de la ex embajada argentina y de la Iglesia de Melo.


El reloj debió esperar, pues cuando la Comisión del Mercado tuvo dinero propio y aportado por el Municipio, lo primero que debió hacerse era reparar baños, claraboyas e iluminación. Recién en 1996 le llegó el turno al viejísimo reloj, que estaba descompuesto pero con poco desgaste de tan noble que es su construcción. Llegó a Uruguay junto con toda la estructura de hierro y como Johnnie Walter, sigue tan campante.
En cuanto al edificio metálico en sí, su proyecto y construcción fueron encargados al ingeniero R.V. Mesures, quien tuvo también a su cargo la tarea de contralor de la fabricación de las piezas de fundición metálica, hechas en los talleres de la “Union Foundry”, de K.T. Parkin, en la ciudad de Liverpool, Gales. (Wikipedia)
Las versiones consultadas aseguran que en el centro de la construcción hubo, hasta 1897, una fuente de hierro de forma circular con un chorro surgente, una verja protectora y una serie de bancos. Esto resulta contradictorio con otra información según la cual allí estuvo el reloj desde la inauguración del Mercado. En todo caso, no debería olvidarse que antes de OSE el suministro de agua lo hacía una empresa británica, a la cual también pertenecían las fuentes que hoy pueden verse en la calle peatonal y en la plazoleta. De manera que pudo ser cierto y un ornamento donado sustituyó al otro traído de Liverpool.
Pero eso es demasiado complicado para que se lo cuentes a tu invitado.
Fuentes y fotos:
Guillermo Pérez Rossel
Artículo publicado en El País

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