Este mes en la Revista Rutas del Mundo se publicó una nota de Uruguay del periodista Patxi Uriz, quien formó parte del Fam Press con periodistas españoles que visitó nuestro país en febrero de este año.
El Fam Pres se llevó a cabo en el marco del convenio del Ministerio de Turismo y Deporte con Air Europa.
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Uruguay está de moda
Kilómetros y kilómetros de playas desiertas, una de las capitales más dinámicas de América, una exquisita gastronomía capitaneada por el asado y los excelentes vinos, y la música de tango como fondo. Estamos en “el país más ‘cool’ del mundo”. Y es que Urugay está de moda.
Uruguay, la tierra situada al Este del río que le da nombre y al norte del Estuario del Plata, es un privilegiado ecosistema de playas desiertas, praderas naturales, grandes extensiones de dunas y aguas termales que se extiende como una alfombra ondulada entre Brasil y Argentina.
Bañada también por el río Negro, con diversas lagunas como Rocha, Castillos y Merín, a lo largo de su litoral más oriental está peinada con dos crestas, Cuchillas Grande y Haedo, que la alejan de Brasil. A occidente de Montevideo, la capital, se llega a la colonia de Sacramento desde cuya orilla se divisa en el horizonte Argentina, más allá de la desembocadura del Río de la Plata.
El país es uno de los destinos más interesantes del mundo… No es una valoración de quien escribe este artículo, sino de la prensa internacional que ha llegado a definir Uruguay como “ el país más cool del mundo”.
No es el único piropo que ha recibido. Se trata del país de Latinoamérica con el índice de alfabetización más importante, el cuarto país de América con la esperanza de vida más larga y, según la corporación Latinonbarómetro, el más pacífico de América del Sur, y antes de la Segunda Guerra Mundial era calificado como “la Suiza de América” por su bonanza económica. Todo ello son razones más que sugestivas para lanzarse a visitarlo…
Un país de fútbol
El largo viaje a Uruguay fue agradable. Estuvo compartido con Alberto Ginesta, un jubilado barcelonés que volvía a su Uruguay querido por su pasión por el fútbol.
Alberto pasó su infancia y gran parte de su adolescencia en Montevideo. Hace cuarenta años que viajó por última vez al lugar donde se hizo mayor. Y lo hacía ahora porque su equipo de fútbol de toda la vida cumplía cien años.
Cosas de la vida… El Sudamérica Club de Fútbol, equipo modesto de una barriada de Montevideo, se había convertido en todo un club “señor”, y aunque no tuviera muchas copas en sus vitrinas, su historia centenaria le había convertido en un auténtico campeón.
En Uruguay, el fútbol es muy importante. “La celeste” -como es conocida la selección del país- fue la campeona del primer mundial. Y ése es un mérito que nadie le quitará. Fue en 1930, y en esa ocasión derrotó a la eterna rival, Argentina, por 4-2. Era aquél un equipo admirable que ya venía de ganar dos medallas de oro en los Juegos Olímpicos, en París en 1924 y en Ámsterdam en 1928. Dos décadas después, en 1950, Uruguay volvió a ganar la Copa del Mundo, en esa ocasión venció a su otro gran rival, Brasil, por 2-1. Parece que los uruguayos, gracias al fútbol, hayan podido ajustar algunas de sus cuentas pendientes con la historia.
La huella española e italiana
Obviamente, Uruguay es mucho más que fútbol. Es una tierra fértil, agradecida y muy propicia a la mezcla. Una muestra evidente del crisol de mezcolanzas que es este país la tenemos en el vino Tannat, los caldos por excelencia de Uruguay, hoy de renombre mundial. Todo empezó cuando un inmigrante vasco-francés llamado Don Pascual Harriague llegó a tierras uruguayas en el siglo XIX e introdujo en este rincón de América la uva Tannat.
Luego, a partir del cuidado en la viña y el trabajo realizado por muchas bodegas uruguayas, se fueron logrando excelentes ejemplares de esta cepa; hasta darse el caso de que la uva tannat uruguaya ofrece mejores resultados que en su Francia natal.
En Uruguay esta variedad se ha adaptado inmejorablemente a las condiciones climatológicas y del suelo, y su jugo es reconocido universalmente como el mejor vino tannat del mundo.
Este vino bien podría ser una verdadera metáfora de lo que es el país. Uruguay es sobe todo fruto de la inmigración de españoles e italianos, más que los primeros pobladores indígenas, los charrúas, que actualmente no superan el millar de mil personas. Los españoles arribaron aquí en 1516, pero no la colonizaron por completo hasta el siglo XVII debido a la importante hostilidad que encontraron de los lugareños, y también porque a diferencia de otras colonias latinoamericanas la tierra del Uruguay no contaba con yacimientos de oro ni de plata. Los españoles solo decicieron ocupar propiamente la costa oriental de la desembocadura del Río de la Plata.
Los italianos llegaron mucho después. A inicios del siglo XIX, un general José Gervasio Artigas, hijo de una de las familias criollas más acaudalas de Montevideo, dirigió una rebelión de la colonia contra la metrópoli como estaba sucediendo en otros rincones de América Latina. La insurrección triunfó, pero con la diferencia que Uruguay tuvo que sobrevivir también a las presiones y apetencias de sus dos grande y poderosos vecinos: la nueva Argentina independizada de España y el Brasil surgido de la inmensa colonia portuguesa. Una presión que los uruguayos superaron milagrosamente en 1828 y cuyos efectos han intentado quitarse siempre de encima con medicinas diversas, entre ellas el fútbol.
Los italianos arribaron, entonces, cuando el país ya se había independizado de España y conseguido librarse de las pretensiones de Argentina y Brasil. Fueron responsables del rápido crecimiento demográfico, y no constituyeron la única comunidad migrante que buscó en Uruguay una segunda oportunidad, pero sí la más importante. Si a principios del siglo XX Uruguay estaba poblada por un millón de habitantes, un siglo después la población total llega a los tres millones, de los cuales la mitad viven en Montevideo.
Montevideo: un “medio y medio”
La capital uruguaya es una ciudad dinámica que está asentada sobre una tierra ondulada que tiene añoranza de mar. El viaje desde el moderno aeropuerto de Carrasco hasta el centro de la ciudad se realiza a través de Las Ramblas, una serpenteante carretera costera que tiene más de malecón cubano que del bullicioso paseo barcelonés. Es la puerta grande de la ciudad, donde la gente sale a hacer deporte, a charlar compartiendo mate o simplemente a ver la vida pasar.
Pero si la capital tiene querencia al mar, la brújula de los viajeros suele indicar la dirección hacia Ciudad Vieja, que es donde realmente se toma el pulso a las urbes. El epicentro de esta parte antigua de Montevideo es el Mercado del Puerto, el centro gastronómico por antonomasia donde se amontonan los restaurantes con sus parrillas y donde cordialmente se suele invitar a tomar un “medio y medio”, un aperitivo mitad vino blanco mitad espumoso que hay que disfrutar fresquito para que asiente bien el estómago antes de dar buena cuenta del popular asado uruguayo.
Los sábados al mediodía, en este Mercado del Puerto se despliega una auténtica fiesta de la carne, acompañada, por supuesto, de música tradicional donde se fusionan el bandoneón con el tamboril. Y es que el asado a la leña es el plato nacional de este país que presume de contar con cuatro vacas por habitante.
Aunque el bocado que mejor representa la identidad culinaria uruguaya es el chivito, un sándwich de lomo de ternera y vegetales que puede tener tantos ingredientes como maneras de prepararse. Desde luego, si alguien tuviera que abrir un negocio en Uruguay, quizá lo más oportuno no sería un restaurante vegetariano. “Ya están las vacas para comer verde” se comenta en las calles de Montevideo.
La Ciudad Vieja es, sobre todo, la peatonal Sarandí, que la atraviesa de punta a punta. Es la callecita montevideana por excelencia, la que discurre entre edificios históricos y fuentes, la que está flanqueada por puestos callejeros donde se vende artesanía y la que reúne algunas de las librerías más bellas, como Más Puro Verso, en una antigua óptica de 1877, con sus dos pisos conectados con el primer ascensor que tuvo la ciudad.
Sin embargo, hay que llegar a la Plaza Independencia para estar en el auténtico corazón de la capital uruguaya. En este espacio rodeado de palmeras que marca el límite de la Ciudad Vieja con el moderno centro comercial late la vida cotidiana, las celebraciones y las protestas, siempre bajo la estatua ecuestre de José Gervasio Artigas, el héroe nacional. En la Plaza se encuentra otro símbolo de Montevideo, el Palacio Salvo, que tiene en el Palacio Barolo de Buenos Aires su construcción hermana.
De la Plaza Independencia arranca la Avenida 18 de Julio, el eje de la ciudad moderna. Es una calle comercial que abarca 34 cuadras hasta el Obelisco a los Constituyentes, que deja en el camino hermosos edificios de fachadas expresionistas y art déco, y algunos rincones muy queridos por la población como la escultura El Entrevero, en la Plaza J.P. Fabini, o la Fuente de los Candados, donde dejan su recuerdo los amantes.
Fuera del centro, Montevideo ofrece una cara más apacible en sus otros barrios menos concurridos. Y también en sus frondosos parques, que convierten a esta ciudad en la más verde de América Latina, en relación a su población. El Parque Rodó, llamado el “Paseo del Pueblo”, o Los Jardines del Prado, en el señorial barrio del mismo nombre, son los más pintorescos.
Otros paseos encierran otros barrios de esta gran Montevideo, como Punta Carretas, antiguo hogar de pescadores y lavanderas; Pocitos, con su popular playa y su rambla escenario de conciertos, y Buceo, donde se elevan al cielo lujosos edificios que miran al río. En cambio, más emoción deparan Palermo y Barrio Sur, donde habita una importan-te comunidad afroamericana. Por sus calles retumban los repiques y tamboriles del candombe, el género musical que dieron a luz los esclavos como símbolo de la negritud rioplatense. Ritmo, gesticulación y color en una ciudad donde hay mucho espacio para la alegría.
Por la costa, de playa en playa
Cinco dedos enormes, construidos con ferrocemento sobre una gran duna de la playa, saludan al visitante a la llegada a Punta del Este, la ciudad de vacaciones más famosa de Uruguay, en el Estado de Maldonado. Parece como si un gigante, enterrado allí mismo, diera la bienvenida al viajero a este enclave turístico, resplandeciente, donde reina el glamour. Es una escultura del chileno Mario Irrazábal que además nunca está sola; a todas horas hay gente inmortalizando su visita a Playa Brava, rebosante de bañistas y surferos.
Huyendo del bullicio playero y del dorado de sus playas, Uruguay parece ser un país que crece sobre una alfombra verde ondulada que va en busca de frescor. Por ejemplo, en Manantiales (en el citado departamento de Maldonado). Con tan solo escuchar su nombre el ambiente ya refresca de por sí. Además, aquí se encuentra la fundación del escultor Pablo Atchugarry, un lugar en donde el arte y la naturaleza conviven armoniosamente en un museo al aire libre que da la bienvenida con una cita del artista: “Todos podemos ser artistas si hacemos vivir el niño que llevamos dentro”.
El espacio lo componen un edificio con tres salas de exposición, un auditorio y un escenario al aire libre donde se realizan conciertos, un salón didáctico donde se organizan clases de escultura, pintura, dibujo y cerámica; y un último espacio que alberga la colección permanente del fundador. El objetivo didáctico es fundamental para la fundación, y cada dos años se organiza aquí una bienal de jóvenes creadores y durante el curso escolar se impulsa desde aquí un programa didáctico dirigido a las escuelas rurales de Maldonado.
Siguiendo el litoral en dirección a la costa de Rocha se abren casi doscientos kilómetros de playas abiertas a la desembocadura del Río de la Plata y la mar océana e iluminadas por centenarios faros que en su día alumbraron numerosas historias de tempestades y naufragios. Palmares interminables y silenciosos, lagunas y pantanos rebosantes de fauna autóctona y salvaje, caminatas inacabables por arenas vírgenes y dunas majestuosas que mutan de forma como las mareas…
La república de Cabo Polonio
Entre las playas más famosas que le siguen están las de La Paloma, la Pedrera, Punta del Diablo y Cabo Polonio. Mejor dicho la república independiente de Cabo Polonio, ya que este insólito lugar pasa del paso del tiempo y no soporta que le ordenen. Sus extraordinarias playas prefieren permanecer a la sombra de la especulación. El lugar sigue siendo un pueblo de pescadores donde viven familias todo el año. Está alejado del mundo civilizado, sin luz eléctrica ni agua corriente, y es ideal para desconectar del mundo moderno.
Los viajeros más habituales del cabo (esencialmente turismo joven y aventurero) son esos a los que les atrae la intrepidez. Solo se puede llegar aquí en camiones 4 x 4 que la municipalidad ha dispuesto para ese fin, ya que a ningún vehículo particular se le permite la entrada. Sus dunas blancas contrastan con el colorido de las casas de los pescadores, instaladas de forma caótica y que exhiben cada una alguna sorpresa particular: albergues, talleres de artesanía, chiringuitos…
Por otro lado, las aguas que circundan al Cabo Polonio también son muy especiales: cuentan con una gran reserva de lobos marinos. Éstos son animales muy formales, se echan la siesta en las rocas próximas a la costa mirando siempre de reojo al faro: una de las reliquias del pasado, y quizá la pieza imprescindible para el viajero, pues su luz rodante no sólo sirve de referencia a los pescadores, sino también al viajero, pues cuando anochece no es fácil ubicarse.
Muchos creadores uruguayos se han sentido atraídos por el Polonio y han encontrado en él inspiración. Quizá el caso más conocido sea el de Jorge Drexler, que ha titulado su último disco “12 segundos de oscuridad”, justo el tiempo que tarda en girar la luz del faro y que deja a oscuras el poblado: “Un faro para, sólo de día/guía, mientras no deje de girar/no es la luz lo que importa en verdad/son los 12 segundos de oscuridad.
En el Polonio el tiempo se detiene y como retiro no tiene comparación. Perderse entre sus dunas, dejarse acariciar por la brisa, contemplar atardeceres de colores imposibles, todo ello hace viajar hacia dentro y comprender que quizás viajar sea intentar recobrar los sueños de la infancia.
Fuente: Ministerio de Turismo y Deporte
Artículo publicado en Destino Punta del Este
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