El verano quedó atrás y el balneario uruguayo, emparentado con días de sol y playa, muestra la auténtica identidad esteña lejos de multitudes y apuros. La ciudad, siempre bella y prolija; el impetuoso mar invernal, servicios de nivel y visitas por la periferia.
Los días de caminar la playa, mientras las olas besan los pies, se fueron con el verano. Pero el mar sigue su idilio permanente con la costa, y el sol tibio, aunque esquivo, le planta rivalidad al viento frío del invierno.
Una imagen solitaria, desacostumbrada de Punta del Este, la ciudad glamorosa, muestra su verdadera esencia en los 15 mil habitantes estables que desarrollan sus actividades cotidianas, en la península ubicada en el departamento Maldonado.
En el viaje desde el aeropuerto Laguna del Sauce, distante 20 kilómetros, el chofer advierte que en los últimos años la ciudad viene manifestando una gran explosión urbanística. Se están construyendo numerosos condominios entre los que se incluye la Trump Tower, cuyo propietario es el, por estos días, polémico candidato republicano estadounidense Donald Trump. Ubicada en avenida del Mar y Roosevelt, se ultiman detalles de la edificación.
De cara al mar
Ya instalados en el nuevo cinco estrellas Grand Hotel Punta del Este, en parada 10 de playa Brava, la ventana en esquina de la habitación mantiene una fuerte conexión con el paisaje y se recupera la postal del mar infinito en el horizonte. Sin dudas, una posición privilegiada.
A la mañana el sol saluda en su salida y al atardecer, la luna aparece con presagios de una agradable velada.
La avenida del Mar muestra una inusual soledad. La tranquila imagen, inusual en época estival, se nutre con los cada vez más adeptos al ciclismo y los que optan por correr o hacer trekking, muchos de ellos en compañía de sus mascotas.
Entre diciembre y marzo, Punta del Este recibe medio millón de turistas y la vida en el coqueto balneario es otra hasta fin de año. Asociada a turistas de alto nivel adquisitivo, los servicios e infraestructura condicen con demandas de elite. Y cuando termina la temporada veraniega todo vuelve a su equilibrio y la ciudad recobra su auténtica identidad.
Ola a ola
Los espacios que bordean a playa La Mansa invitan a caminar por la rambla Claudio Williman y el puerto muestra el colorido típico de las terminales pesqueras, con las embarcaciones y la vocinglería propia de los hombres de mar. En frente, la isla Gorriti forestada con numerosos pinos.
Por el este, las aguas impetuosas que inspiraron el nombre de playa Brava, son las preferidas por los surfers. La avenida del Mar la acompaña y la rambla Lorenzo Batlle Pacheco descorre el velo de las paradas.
Comienza en parada 1 con la célebre escultura Los Dedos, realizada en la década de 1980 por el artista chileno Mario Irarrázabal, que no tardó en convertirse en un símbolo de Punta del Este.
A poco más de ocho kilómetros de la costa, la isla de Lobos, reserva de fauna y parte del Parque Nacional de Islas Costeras, muestra su superficie rocosa de 41 hectáreas y acoge a una de las mayores colonias de lobos marinos.
Más allá del calor
El punto neurálgico citadino es la avenida Gorlero. Allí, y en los shoppings, se registra la actividad comercial con negocios de indumentaria, varios de marcas internacionales, restaurantes, bares y cafés.
Es la vía que desemboca en Plaza Artigas donde los sábados, aún fuera de temporada, se reúnen los clásicos artesanos.
Si bien la mayoría de los turistas que eligen las playas esteñas son argentinos, también los hay paraguayos, chilenos y cada vez más brasileños, sobre todo paulistas de alto poder adquisitivo, que aunque tienen en su país abundancia de playas, incluso en invierno visitan la península en búsqueda de la seguridad que no tienen en la megalópolis de procedencia.
No son pocos los cruceros que llegan con las vacaciones estivales y aunque la estadía es casi de pasada, engrosan las cifras del flujo turístico del balneario.
Semejante afluencia exige infraestructura, sin embargo, no todos los esteños están convencidos con la fisonomía edilicia de lujo, al estilo Miami, que adquirió el balneario.
Al oeste de la ciudad, a 13 kilómetros, en la zona de Punta Ballena, está Casa Pueblo, obra del pintor y escultor, ya fallecido, Carlos Páez Vilaró.
Colgada de la ladera, con estilo mediterráneo, está construida de forma escalonada con terrazas que permiten observar las puestas de sol sobre el océano.
Es hotel, museo y taller y en las varias salas que miran al mar, se hacen exposiciones, conciertos y encuentros culturales.
La Barra
Al sur del departamento Maldonado, donde el arroyo del mismo nombre desemboca en el océano Atlántico, está La Barra. Hasta casi la mitad del siglo 20 era un pueblo de pescadores y de a poco se levantaron algunas austeras casas de veraneo. Cuando se hizo el puente ondulado sobre el arroyo Maldonado, las costumbres y fisonomía empezaron a cambiar. En la actualidad acoge galerías de arte, tiendas de antigüedades, restaurantes y variopintos sitios donde estirar la velada. Las noches de verano, la “movida” joven se da cita ahí.
El lugar logró una imagen refinada, pero no sofisticada. Las playas más conocidas son Manantiales, Montoya y Bikini.
Más adelante, en las coordenadas que forman la ruta nacional 10 y la 104, se avizoran varios emprendimientos inmobiliarios de los denominados “chacras marítimas”, de estilo residencial.
Hace frío pero el mar siempre cautiva en la famosa península. En invierno, la codiciada costa charrúa cautiva con los mismos servicios de jerarquía, pero con el valor agregado de la proverbial atención uruguaya, casi en exclusividad. Es para volver.
Fuente: María Navajas – lavoz.com.ar
Artículo publicado en: Destino Punta del Este
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