El artista plástico uruguayo falleció este lunes a los 90 años en Casapueblo. Su familia se reúne en el lugar, donde resolverá dónde se le dará el último adiós.
Carlos Páez Vilaró, retratado por Ricardo Figueredo en noviembre de 2013. Foto: El País. |
Carlos Páez Vilaró nació en Montevideo el 1º de noviembre de 1923 y falleció este lunes 24 de febrero de 2014, a los 90 años en su escultura habitable Casapueblo.
Páez Vilaró vivió en su juventud en Buenos Aires donde comenzó a desarrollarse como artista.
Regresó a Uruguay en la década del 40, interesado en el tema del candombe y la comparsa afro-oriental y se vinculó al conventillo “Mediomundo”.
En 1956 dirigió el Museo de Arte Moderno de Montevideo y fue secretario del Centro de artes populares del Uruguay en 1958.
José Pedro Argul lo consideró un artista con “un desprejuicio sin par, un desparpajo ingenuo unido a una condición de trabajo excepcional y técnicas múltiples.
Páez Vilaró vivió en su juventud en Buenos Aires donde comenzó a desarrollarse como artista.
Regresó a Uruguay en la década del 40, interesado en el tema del candombe y la comparsa afro-oriental y se vinculó al conventillo “Mediomundo”.
En 1956 dirigió el Museo de Arte Moderno de Montevideo y fue secretario del Centro de artes populares del Uruguay en 1958.
José Pedro Argul lo consideró un artista con “un desprejuicio sin par, un desparpajo ingenuo unido a una condición de trabajo excepcional y técnicas múltiples.
LAS LLAMADAS, LOS ANDES Y CASAPUEBLO.
Vinculado a la comunidad afrouruguaya, durante años formó parte de sus fiestas populares, en particular de las Llamadas, y sus temas fueron motivo para sus obras plásticas. Pintó cartones, compuso candombes para comparsas lubolas, dirigió coros, decoró tamboriles y participó de los desfiles de Llamadas.
En 1972, su hijo "Carlitos", viajaba en el avión que transportaba un grupo de jugadores de Old Christians y sus familiares y que cayó en la cordillera de Los Andes. Tras la desaparición de la aeronave, el artista se trasladó a Chile para colaborar tenazmente con la búsqueda, incluso cuando las acciones oficiales ya se habían suspendido. Para ello reclutó voluntarios, consultó a videntes e incluso se internó en la montaña. Finalmente Páez hijo figuró entre los 16 sobrevivientes. Esa búsqueda fue reflejada en su libro “Entre mi hijo y yo, la Luna”.
En Punta Ballena construyó la famosa Casapueblo, vivienda, museo y paisaje panorámico. Entre sus murales figuran los que decoran la sede de la OEA en Washington, el hotel Contad de Punta del Este, hospitales chilenos y argentinos, y los aeropuertos de Panamá y Haití.
En su múltiples viajes conoció a Picasso, Dalí, De Chirico y convivió con el Dr. Albert Schweitzer en el leprosario de Lambaréné.
Su vida artística trascendió a la pintura. Se involucró con la escultura, la arquitectura, el cine y las letras. Tuvo múltiples reconocimientos por esto, tanto a nivel nacional como internacional.
En 2003, fue nombrado “ciudadano ilustre de Montevideo” y en 2005 recibió en Buenos Aires el premio como “artista de las dos orillas”, por el Consejo de la legislatura de esa ciudad.
En 2003, fue nombrado “ciudadano ilustre de Montevideo” y en 2005 recibió en Buenos Aires el premio como “artista de las dos orillas”, por el Consejo de la legislatura de esa ciudad.
En noviembre, Páez Vilaró había concedido una entrevista al suplemento Domingo de El País. Aquí un fragmento de esa entrevista:
En aquella charla con El País, Páez Vilaró realizó una selección de sus cosas más preciadas:
Su amuleto
Una especial pulsera negra. Se trata de un accesorio hecho con pelos de cola de elefante, que se había traído de África en 1962 y nunca más se sacó. Decía que tocar los nudos da suerte y solía alentar a los demás a hacerlo.
Su orgullo
La Capilla Multicultos del cementerio Los Cipreses, en San Isidro (Buenos Aires) es, para sorpresa de muchos, la obra que más orgullo le dio. "En ella logré sumar todas las disciplinas que he intentado: hice vitrales, pintura, los pisos. Fue muy difícil. Muchas veces tenía que dejar el andamio y suspender el trabajo porque llegaba un entierro. No es fácil para un hombre que quiere tanto la vida pintar para la muerte".
Su referente
"Mi pasión más grande se despertó cuando vi la obra de Figari", confesó Páez Vilaró. Fue Delia, la propia hija del gran pintor, quien se la presentó. "Fanfarrón, pensé: `Tengo que ganarle a esta pintura. Él los pintó (a los negros) del recuerdo. Yo voy a pintarlos de la realidad".
Sus amigos
Los gatos son otros habitués en las pinturas de Páez. "Son mis amigos más antiguos, mis amigos silenciosos, que estéticamente me entretienen. Me dan placer. A veces les pregunto: `¿Te gusta este color?` Si me dice miau, entonces sigo para adelante". En Casapueblo tenía cuatro, llamados Este, Oeste, Sur y Norte. En su casa-atelier de Tigre conviven "unos diez o doce", contó el artista
FOTOS
Artículo publicado en El País.
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