CIENCIA
Dos décadas después de que se suspendieran las faenas, los lobos marinos de Uruguay gozan de buena salud y el Estado busca protegerlos y potenciar su atractivo turístico.
Durante años los mataban por su valiosa piel, grasa y genitales. Dos décadas después de que se suspendieran las faenas, los lobos marinos de Uruguay gozan de buena salud y el Estado que antes los explotaba ahora busca protegerlos y potenciar su atractivo turístico.
Unos 180.000 lobos finos viven en la Isla de Lobos en el océano Atlántico, a 11 kilómetros del exclusivo balneario Punta del Este. La mayor concentración de Arctocephalus australis de Sudamérica convive con sus parientes más grandes, los leones marinos (Otaria Flavescens), que suman unos 4.000 ejemplares.
Son los dueños de la isla de 400 km2, donde la única presencia humana permanente son los dos fareros del lugar y un funcionario de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara). Todos rotan cada 15 días.
"A veces el león marino se pelea con el lobo fino y ahí hacen un ruido bárbaro", cuenta Diego Olivera, de 22 años y recientemente llegado al lugar por la Dinara. Además de mantener las instalaciones debe controlar que no haya desembarcos desde las lanchas de turistas, que tienen prohibido llegar a menos de 100 metros de la isla.
Protegidos desde 1998, los lobos finos crecen en torno al 2% anual, una "tasa saludable", según Alberto Ponce de León, jefe del Departamento de mamíferos marinos de la Dinara. En cambio, los leones marinos bajan aproximadamente 4% al año.
Esto puede deberse a que estén perdiendo espacio en la isla, pero también a que haya menos alimento en la zona, que los obliga a ir a áreas de alimentación más alejadas, explicó Ponce de León.
Además, los leones marinos tienen como enemigos a los pescadores artesanales, ya que capturan las mismas presas y a menudo rompen sus redes.
"Hay una cierta disputa con los pescadores, que muchas veces pueden darles un golpe, provocar algún ruido para alejarlos o hasta hacer uso de un arma de fuego", indicó Ponce de León. "Está prohibido, pero obviamente este tipo de actos ocurre".
De la fábrica a la investigación y el turismo
Una antigua cocina y un par de habitaciones es lo único que utiliza actualmente la Dinara de la vieja fábrica donde hasta 1991 se faenaban hasta 4.000 animales por año. El polvo cubre los aparejos donde a los lobos se les quitaba la piel y la grasa para producir el codiciado aceite, en un lugar que parece detenido en el tiempo.
De hecho, la suspensión de las faenas se dio casi por casualidad, con la supresión por ley de la Industria Lobera y Pesquera del Estado en 1991. A partir de entonces las autoridades ordenaron "no desarrollar ni planificar ninguna faena de lobos marinos", recordó Ponce de León.
La posibilidad de que privados retomaran las faenas fue analizada en 1996. Pero en febrero de 1997 el buque tanque "San Jorge" encalló a 20 millas de Punta del Este derramando miles de metros cúbicos de petróleo, que recalaron en la isla y provocaron la muerte de unos 5.300 lobos, la gran mayoría cachorros.
Con la creación de la Dinara, los técnicos se centraron en saber más sobre estos mamíferos marinos. Así, desde 2007 la dirección implementa en colaboración con Argentina y Estados Unidos un proyecto de colocación de telémetros satelitales en los animales para conocer sus hábitos en el agua.
La polémica sin embargo volvió en 2012, cuando el Ministerio de Defensa planteó que los lobos marinos se habían convertido en plaga, algo discutido por la Dinara.
"Con la población que hay de lobos finos hipotéticamente podría haber una faena controlada", indicó Ponce de León. "Pero creo que no es lo que se quiere ni lo que se necesita", añadió, evaluando que sería "mucho más problema que beneficio" para el país.
Artículo publicado en El País
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