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En nombre de la tradición


Las costumbres del campo, los valores familiares, la vida en comunidad y el ideal del gaucho se conjugaron en la Fiesta Nacional del Mate, que se realizó del viernes 7 al domingo 9 de marzo en San José


Son muchos los estímulos para alguien que viene de la ciudad. Jinetes que desafían la bravura de sus caballos, hombres que son arrastrados sobre cueros de vaca como si hicieran esquí acuático, ranchos hechos de barro que dejan ver las marcas de los dedos que los construyeron. El humo de los asados que atraviesa el ruedo como si fuera un manto, las miradas chúcaras de los gauchos del siglo XXI, la voz de los payadores. Los nombres de las aparcerías: “La tradición no termina”, “Pampa y cielo”. Y a la vez, las carpas, los autos, los celulares, la cumbia y un puesto de pósters en los que predominan fotos de caballos y de Justin Bieber.           
Dicen que la tradición es la transmisión de doctrinas y costumbres que pasan de generación en generación, aunque resulta difícil definir esta palabra por su naturaleza, tan abstracta como maleable. Pero hay pocos eventos en que ese vocablo se materialice con más empeño que en celebraciones como la Fiesta Nacional del Mate, que realizó su edición número 11 el fin de semana pasado en San José y contó en su escenario con los recitales de Los Nocheros y Soledad, entre otros.   
“La tradición es estar todo el día con el fuego prendido, salir y tener olor a humo. Cuando hacemos el guiso nos ponemos a conversar y cuando nos queremos acordar se pegó todo, y comemos lo de arriba por tradición”, dijo César Nieto, alambrador de San José y parte de la aparcería La Redomona, quien habló además del “chiveo imponente” de  tradiciones, como castrar los toros y preparar los testículos sobre las cenizas.
Las costumbres del campo, los valores familiares, la vida en comunidad y el ideal del gaucho, ese hombre mítico sobre el que se han cimentado la identidad uruguaya y argentina, y que encarna atributos como el orgullo, la virilidad y el estoicismo, está en la base del festival que se realizó en el predio de la Sociedad Criolla Capitán Manuel Artigas del viernes 7 al domingo 9 de marzo, y congregó a unas 40 mil personas.

Aparcerías
Lo primero que llama la atención son los ranchos, algunos ataviados con un cráneo de vaca o la figura de una virgen en la entrada. Cada uno pertenece a una aparcería o “grupo tradicionalista” que congrega familias, vecinos y amigos, quienes levantan con sus manos los ranchos que habitan durante el festival. Algunos de ellos, distinguibles por ser los más prolijos y tradicionales, compiten en el concurso entre aparcerías, en el que cada grupo suma puntos según siete categorías: concurso de ranchos tradicionales (para construirlos se pueden utilizar madera, hoja de palmera, cañas, chirca, cebato, paja y juncos, y no está permitido usar costaneros, hilos de fardos, nylon, lonas y plásticos), concurso de comidas, pruebas de riendas, juegos de campo, jineteadas de vacunos, el desfile y la flor del pago.
Esta última categoría se refiere al certamen por el que cada aparcería presenta una joven menor de 18 años, vestida de paisana y a caballo, que es elegida no por su belleza, sino por ser la que mejor representa al campo y la tradición.
La Horqueta es una de las aparcerías que suele presentarse año a año, que obtuvo premios en dos ocasiones, además de conseguir el segundo puesto en esta edición. Al rancho le agregaron también una pulpería y para ello no escatimaron en detalles: dentro podían verse una fiambrera, tamangos de cuero, un sillón de afeitar de 1850, un juego de taba o un curioso instrumento para matar langostas, objetos prestados, obtenidos en remates, o pasadoslde generación en generación.  
Otro caso es el del rancho La Romancera, donde quienes mientras asaban un cerdo realizaron un pequeño show de danza que culminó al grito de “¡Viva la patria, che!”. La aparcería presentó este año también una pulpería y un destacamento policial, que hasta contaba con un parte que denunciaba la muerte de un ave de corral de forma violenta.
Tardaron un mes y medio en organizar todo, pero el premio, que este año fue de $ 20 mil, $ 15 mil y $ 10 mil para las primeras tres aparcerías, era lo de menos.
“Nos gusta la tradición y que no se termine, porque es sano y es lindo. La Fiesta del Mate se ha vuelto algo muy importante. Le da participación a mucha gente de San José”, comentó Marcelo Rodríguez, miembro de la agrupación que obtuvo el tercer premio. Cerca de esta aparcería, otros maragatos compartían su tiempo de otra forma. El Club Social San José, entre cuyos representantes se encontraba el exjugador de fútbol Ariel Krasowski, campeón con la selección uruguaya del Mundialito de 1980, vendía asado con cuero para recaudar dinero para el club. Este año mataron 20 vaquillonas para los tres días.
Pero la Fiesta del Mate congregó no solo a gente de campo y del departamento de San José, sino también a muchas personas de Montevideo y otras partes del país. Este es el caso de Néstor Pereira, un taxista del barrio de Malvín, quien concurrió junto a sus compañeros de la aparcería La Amistad. “Nosotros tenemos mucho gasto para hacer lo que hacemos pero lo hacemos porque nos gusta. Gastamos unos $ 60 mil para movemos en camión, traer  la comida y los 15 caballos”, comentó el montevideano y mostró con orgullo el robusto equino blanco que arrastró al día siguiente la carroza en el desfile.
Pereira, que es habitué a los festivales gauchos, cree que San José está creciendo y se arrima a la Patria Gaucha de Tacuarembó, el mayor festival de este tipo en el país. “Acá no se paga y nos tratan muy bien” (solo se abonan $ 130 de entrada). “Con Tacuarembó estamos muy desconformes porque gastamos el doble, porque son 400 kilómetros, y el año pasando estaban cobrando para un lugarcito $ 1.600. Pero para nosotros, que éramos muchos, nos cobraban $ 3.400”, comentó mientas un compañero se quejaba de que en la Patria Gaucha “se pusieron más materialistas que tradicionalistas”.
Los integrantes de la aparcería Seis Cerros también llegaron de Montevideo pero lo hicieron sobre el lomo de 22 caballos que viajaron desde la capital  hasta el Festival Nacional de Folclore de Durazno y de allí a San José, tardando un promedio de cuatro días y medio en ambos trayectos. Durante el viaje se alimentaron de las ovejas que iban carneando en el camino.
El grupo se mostró feliz y destacó como lo más lindo “la rueda de mate, el fuego, la carretera” y las anécdotas. Pero también la posibilidad de que varias generaciones compartieran los valores y la seguridad de un evento en el que si hay algo que abunda son los cuchillos. “Das vuelta a todo este predio y si encontrás cuatro policías, es mucho”, resaltó uno de ellos.
El ruedo
Pero más allá de las aparcerías y del escenario donde el viernes tocaron Los Nocheros y el sábado Soledad (con un retraso que hizo que la argentina saliera sobre las tres de la mañana, lo que causó no solo el sueño de los concurrentes, sino el reproche de la cantante), sin duda el lugar clave fue el ruedo.
Sinónimo de lo gauchesco, en el ruedo se realizaron las jineteadas, que fueron relatadas por el conductor del evento con la emoción de un partido de fútbol, mientras que el vencedor de las pruebas de rienda coronó la gloria dando una vuelta olímpica a caballo y haciendo flamear la bandera uruguaya. También se desarrollaron allí actividades como las pialadas –donde se enlazan vacunos– o la moto versus caballo.
Uno de los juegos de campo más divertidos fue la carrera del cuero, una competencia por tiempo en la que un caballo con jinete arrastra a un hombre que se aferra a la piel curtida de un animal, dejando a más de uno lleno de raspaduras o perdiendo un sombrero o una alpargata por el camino.
El ruedo también fue el lugar donde se realizó el tradicional desfile del domingo a la mañana, que comenzó frente al monumento al mate en el Parque Rodó con una misa a la que asistió el senador colorado Pedro Bordaberry y que marcó el comienzo de una travesía hasta el predio de la Fiesta Nacional del Mate.
Cientos de caballos con personas de todas las edades subidas sobre sus lomos, niñas y mujeres con vestidos de volados y estampados con los colores de las banderas patrias, ponys y hasta un perro con boina subido a una carreta, se vieron durante la procesión que llegó al ruedo, que recibió a los concurrentes con el himno nacional. Poco después los payadores entonaron coplas en honor de las aparcerías.    
Pero detrás de todo ese despliegue, de toda esa gloria, se encuentran personas que ensalzan la sencillez y la tradición como forma de vida. “Gracias por crecer con la humildad de ser paisano”, dijo el conductor en un momento, y sus palabras parecían resumir el sentimiento de tanta gente reunida en torno a una festividad que, ante todo, celebra un ideal.







Artículo publicado en El Observador

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